martes, 3 de abril de 2012

Las inclemencias de la vida exitosa

Ha regresado al lugar de origen a reposar en el silencio de la eternidad, sin cuitas ni las agitaciones provocadas por el público exigente y voluble, a resguardo de las dudas sartoriales y de las miradas indiscretas de los críticos y de los paparazzi, agotada ya hasta el infinito la necesidad de drogas y alcohol para calmar el espíritu y los tantos demonios internos que genera el éxito. Whitney Houston es ahora únicamente materia y arte inmaterial. Menos a ella, a todos importan de nuevo las tantas veces que subió al Olimpo de la música popular, los millones de dólares que engrosaron sus cuentas bancarias a lo largo de una carrera con estelas luminosas, borrascas, hiatos, Sísifo vencido y triunfante.

Ha vuelto para quedarse, acompañada por un puñado de los ciudadanos señeros de ese Estado extraño de fortunas e infortunios inimaginables, candilejas y oropeles que tiene a Hollywood de capital y al mundo, de territorio: el ex esposo Bobby Brown, el maravilloso Stevie Wonder, Kevin Costner, su guardaespaldas en el celuloide del mismo nombre, la incomparable "reina del soul" Aretha Franklyn, Oprah Winfrey, Bill Cosby...

El encuentro de luminarias para despedirla "en privado" pero disponible para la familia de fans a través de la red mundial ancha será hoy en Newark, New Jersey, hogar también de muchísimos dominicanos para quienes el anonimato es la mejor protección contra una redada de la "migra". Será en una capilla bautista paradójicamente llamada New Hope (Nueva Esperanza), el mismo espacio donde se elevaron los primeros arpegios de esa voz potente, angelical, capaz de saltar todas las barras imaginarias y ciertas del pentagrama, componente coral que aderezaba los servicios religiosos con la comida celestial del gospel de sabor afroamericano.

Whitney Elizabeth Houston no pertenece a categoría alguna en el catálogo de las grandes figuras femeninas del universo pop. Ella sola es una categoría, inalcanzable. Casualidad o no, en colindancia con la otra voz, masculina, Frank Sinatra, también nativo de New Jersey. Sin que le perturbe el ego, tan pronto ha muerto se la ha reconocido como la mejor cantante del mundo. Los tantos premios obtenidos y récords rotos lo atestiguan. En el escenario, en el estéreo, en el toca-cassette, en la pantalla chica, en la pantalla grande, en el Ipod o CD, es inconfundible ese dominio de las notas, esos acordes afinados, domesticados sin esfuerzo aparente y con la gracia de un don innato, inalterado.

La semilla del triunfo y el fracaso, de la creatividad y de la destrucción, conviven en dialéctica perfecta en las celebridades. Una y otra vez se repite esa paradoja desquiciante en los deportes, en la música, en la cinematografía, en fin, en todas las disciplinas en las que la excelencia del músculo, la mente o cualquier otra facultad catapulta más allá de los límites permitidos a nosotros, mortales comunes y corrientes. Whitney no fue la excepción. Lo confirman las circunstancias de su muerte, acaecida hace una semana en el lujoso hotel Beverly Hilton. En mayo de 1959 se celebraron allí por primera vez los Premios Grammys; y el galardón a la mejor cantante pop, apartado en el que batiría posteriormente marcas la chica de Newark, correspondió a otra grande y de vida menos accidentada, Ella Fitztgerald. Allí se desarrolló aquella extraordinaria velada amenizada por Sinatra y el renombrado "Rat Pack", en julio de 1960, para la recolección de fondos del entonces candidato John F. Kennedy. La farándula revuelta con la aristocracia del establishment del Este.

Murió Whitney en el hogar de los Globos de Oro, desde su inserción en marzo de 1961 en las grandes ceremonias mundiales para honrar las proezas cinematográficas. La encontraron semi sumergida en la tina del baño, no muy lejos de una bandeja con una copa vacía de champán, una hamburguesa y papas fritas; y sobre la cómoda, tranquilizantes y medicinas para completar un vademécum. Desde el miércoles, la Whitney atribulada, de voz menguada y alejada de los grandes escenarios tras el rotundo fracaso de la ambiciosa gira mundial Nothing But Love (Amor nada más) del 2010, deambulaba de fiesta en fiesta durante las madrugadas en la búsqueda del ángel perdido en Los Ángeles de la perdición. En la mano siempre, una copa burbujeante; en los ojos, la tristeza que acompaña la nostalgia por los tiempos irrepetibles, como se advierte en las fotos que pueblan las redes sociales. Son los mismos ojos hermosos, grandes, pero ya no abiertos al futuro sino al pasado de los 170 millones de discos vendidos y del hito de siete éxitos consecutivos en la casilla número uno de la preferencia musical popular en la meca del gran mercado norteamericano y británico. Por esas dos ventanas a un alma destrozada y angustiada escapa soledad. Quede sin respuesta la pregunta de si en esa habitación del Beverly Hilton, horas antes de la ceremonia del Grammy de cuyo proscenio estará permanentemente ausente esa figura delgada, de belleza esbelta y negro esplendoroso rematada por un vestuario de luces, buscó con plena conciencia la paz final, proporcionada por un cóctel letal de alcohol y tranquilizantes. Hasta ahora es un accidente, y pasarán semanas antes del veredicto oficial.

Muchos meses antes de la actuación que marcaría el retorno al Londres exigente que "La Voz" había anestesiado por última vez en 1999, compré boletas de primera fila para el primero de tres conciertos. Pocos días después los 20 mil asientos se habían vendido, muchas boletas adquiridas para servir de presente navideño. Por razones profesionales no pude asistir al lamentable episodio del 25 de abril del 2010, y solo me restó pedir excusas posteriormente a quienes regalé las entradas. Los espectadores empezaron a marcharse por centenares cuando comprobaron temprano en el concierto de dos horas que Whitney era incapaz de rozar las notas altas y recortaba las canciones en medio de excusas y oraciones que evidenciaban otra fe, no en ella misma.

Las crónicas periodísticas fueron demoledoras, y no era para menos dado el aluvión de expectativas fallidas. I will Always Love You (Siempre te amaré), su sello de identidad profesional, se convirtió en evidencia de la bancarrota vocal que era a la vez personal. Apenas pudo entonar malamente uno o dos versos. Quiso camuflar de humor el fracaso, y de ahí los pretendidos chistes de que "no quiere venir, mi amiga la soprano... a veces la vieja chica canta, pero no esta noche... hasta se ha vuelto un poco temperamental". Y luego la excusa de que el aire acondicionado le afectaba. A la orquesta y a los fanáticos les faltaba "La Voz". Había rumores de que en un concierto anterior, en Bruselas, el cigarrillo le había producido una afección vocal. Lo cierto es que antes de morir recibía tratamiento para esas cuerdas vocales que tensaban emociones.

Una década atrás, Whitney había firmado un contrato por 100 millones de dólares para producir seis nuevos álbumes. El nuevo siglo le fue infiel. Apenas en enero del nuevo milenio, le encontraron marihuana en el equipaje en el aeropuerto de Honolulu, en Hawaii. En una famosa entrevista con Dianne Sawyer, diva del periodismo televisivo norteamericano que una vez entrevistó a Salvador Jorge Blanco, confesó que usaba drogas pero negó con orgullo adicción al "crack", para ella un hábito de pobres, impropio de una millonaria. Sin embargo, sus finanzas marchaban alicaídas antes del sábado trágico. Hay quienes dicen que vivía de adelantos para cuando regresara a la gloria, se supone que a la de este mundo.

Ahora, muerta, vale más que viva. La venta de sus discos se ha disparado, tal como ocurrió cuando Michael Jackson se durmió para no despertar en un sueño inducido con un anestésico: 30 millones de álbumes vendidos en todo el mundo en apenas meses. I Will Always Love You, el tema de amor de "El guardaespaldas" escrito por la rubia de platino y mamarias globales Dolly Parton, suena nuevamente por doquier. Cuando se comercializó en 1992, se estableció como la canción que más tiempo ha permanecido en el desfile de éxitos, el tan mentado hit parade. Ha vuelto a las posiciones cimeras, y al día siguiente de que Whitney fuese encontrada muerta había vendido 50 mil copias. La ceremonia del los grammies se convirtió en un homenaje a "La Voz", y contó con el mayor número de televidentes en los últimos 30 años.

Pocos recordarán aquellos cartones animados llamados "El príncipe de Egipto", pero sí la canción que lo acompañaba, When You Believe (Cuando crees), posteriormente un dúo de encantos entre la Houston y, confieso, una de mis cantantes pop favoritas, la media hispana Mariah Carey. En una estrofa dice: "Oh, sí, puede haber milagros/cuando se cree/aunque la esperanza es frágil/es difícil de matar... no siempre ocurren cuando los pide/y es tan fácil de desistir por el miedo/ cuando estás cegado por el dolor/ no puedes ver el camino seguro en medio de la lluvia/ pensad en una voz firme, resistente/ que dice el amor está cerca." Quizás el desamor apresuró el final de Whitney. Quizás, como a muchos otros artistas de fama mundial, administrar el éxito le resultó tarea ciclópea, imposible sin la ayuda de las drogas y el alcohol. En la tragedia transita bien acompañada: Michael Jackson, Marilyn Monroe, Elvis Presley y, hace aún muy poco, Amy Winehouse. El milagro del regreso triunfal nunca se produjo. Nunca sabremos si Whitney dejó de creer.

Hay otros que sí han podido, y sobresale Tony Bennet, un octogenario que el año pasado grabó a dúo la emblemática pieza de jazz Body and Soul (Cuerpo y alma) con la judeo británica Winehouse, la de voz aguardentosa y raspada por el tabaco que callaron el alcohol y las drogas en su hogar del barrio bohemio de Camdem, en Londres. Hasta Lady Gaga canta con ese guerrero de todas las batallas artísticas en la vanguardia y la retaguardia, general retirado y de regreso a los escenarios y popularidad a los 85 años, como lo comprobé el otoño pasado tras hacer fila para ingresar al legendario Warner Theatre, a casa llena para recibir al nacido Anthony Benedetto, hijo de italianos inmigrantes paupérrimos al igual que Sinatra, a quien ha sobrevivido y agradece su carrera. Decía en el escenario washingtoniano que su vida cambió cuando "Ojos Azules" le dijo que era el mejor cantante que hubiese escuchado jamás.

Como toda droga, el éxito termina por tomar la cabeza. Si hay un secreto para combatir las inclemencias de la vida y resolver el enigma existencial del manejo del triunfo, está aún por verse. Puede que sea más simple de lo que parece, y por eso Tony, quien también ganó la batalla de las drogas allá por la década de los años 70, termina el espectáculo con una canción cuyo compositor le dijo por carta que era el mejor entre la miríada de intérpretes:

"Ilumina tu cara con alegría

Oculta cualquier resto de tristeza.

Aunque una lágrima esté siempre cerca

Es el tiempo de seguir tratando.

Sonríe, de qué vale llorar.

Siempre encontrarás que vivir vale la pena

si simplemente sonríes."

Smile, "Sonríe", la receta del gran Charlie Chaplin.

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